La carta de San Pablo a los cristianos de Éfeso nos dice:”–¡ustedes han sido salvados gratuitamente!– Esto no proviene de ustedes, sino que es un don de Dios; y no es el resultado de las obras…”(Ef, 2,7-8). Esas palabras nos recuerda algo neurálgico en nuestra experiencia de fe: DIOS AMA GRATUITAMENTE. NO HAY QUE “HACER” NADA PARA MERECER Su Amor…
Pero el Amor de Dios no es así, es más parecido a un enamoramiento, sin saber nos encontramos que Dios se enamoró de nosotros…
A Dios, como a cualquiera, no podemos decirle “no me ames”. A nadie se le puede impedir de amar… Dios nos ama y no termina de amarnos. Jesús fue el más grande mensajero de este Amor, hoy casi lo llamaríamos “celestino” de esta relación entre Dios y la humanidad. Anunció este rostro de Dios y testimonió con su vida ese Amor.
Delante de este Amor de Dios somos libres de responder con un sí o un no… Pero cuando de verdad se da un encuentro con el Amor de Dios no se puede eludir la respuesta. El Evangelio de Juan hoy nos dice que “ La luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz”.
También hoy estamos delante de una elección, elegir o no la luz del Amor de Dios y responder a este amor siendo “testigos” y “multiplicadores” de éste.
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