La Palabra de Dios de este primer
domingo después de Pascua está muy llena de oportunidades de reflexión para todos
nosotros.
Ya sea en la primera lectura (Hechos
4,32-35) como en el Evangelio (Juan 20,19-31) se nos presentan unas actitudes de la
comunidad cristiana. La primera lectura nos presenta la comunidad cristiana como
lugar del compartir donde por esa actitud ”nadie tiene necesidades”. El Evangelio
no tiene rémoras en hacer ver una comunidad de los apóstoles con miedo,
encerrada, que llega a no creerse entre ellos (Tomás dice: no les creo…)
Pero el Evangelio nos da la llave
de lectura y de encarnación de todo eso.
Eso se desarrolla a través de
tres frases de Jesús resucitado a sus apóstoles: “no tengan miedo”, “reciban el
Espíritu Santo”, “Vayan”
Es la presencia central y constante
de Jesús en nuestra vida lo que logra disipar este miedo, el dolor de los
fracasos, de las desilusiones. No es una presencia milagrosa sino una presencia
que nos ayuda a hacer de esas mismas dificultades, dolores, incomprensiones,
signos de la Resurrección hodierna, así como sus heridas de los clavos y de la
lanza lo fueron hace 2000 años…
Esa presencia de Dios se
manifiesta principalmente a través de Su Espíritu. Él nos anima, nos guía, nos aconseja
y nos da fuerza para enfrentar las dificultades internas y externas de ese camino.
Un camino pero que es llamado a
ser recorrido de anuncio, de testimonio. Cuando hablamos de misión pensamos
siempre antes que nada en “personas externas a nuestro círculo”. Pero desde
los tiempos de Jesús lo más difícil fue anunciar a los más cercanos, a los hermanos…
NO PODEMOS OLVIDARNOS COMO CAÍN QUE “SOMOS RESPONSABLE DE NUESTROS HERMANOS”. Es
tarea de todos la responsabilidad de testimoniar en la misma comunidad el
anuncio de la esperanza de la Resurrección. Hacerse constructores de comunidad
es tarea ineludible.
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