Inicia a acercarse fin de año… por lo menos
del año litúrgico…Justamente los evangelios de estas semanas
nos presentan textos escritos con un estilo apocalíptico, es decir intentando
presentar los últimos tiempos. Eso no para crear miedo sino para
subrayar la importancia de la vigilancia y por eso de la esencialidad de cada
momento presente.
En ese clima nacía y nace todavía hoy la
pregunta: ¿habrá algo que no pasa, que perdura?
Como respuesta a esa pregunta
encontramos las palabras de Jesús al final de este trozo de Evangelio: “Mis
palabras no pasarán.”
Es por eso que le sugiero esta reflexión que
espero pueda ayudarnos a dar pasos en esta intimidad con la Palabra.
Son muchos los que nunca han tomado en
sus manos los evangelios. Acostumbrados a escuchar en la iglesia algunos
pasajes, no se les pasa por la cabeza que también ellos podrían leer
personalmente las palabras de Jesús y conocer su actuación. Quedan así privados
de una de las experiencias más importantes para alimentar su fe. ¿Es difícil
leer el evangelio? ¿Se necesita alguna preparación especial?
Lo importante es abrir los evangelios
convencido de que Jesús tiene algo que decir a mi vida. Sus palabras pueden dar
un sentido nuevo a todo. Ese evangelio leído y releído con fe puede transformar
mi estilo de vivir. Ahí encontraré luz y fuerza para enfrentarme a la vida de
manera más humana.
Hay muchas formas de leer el evangelio.
Algunos lo hacen para defender mejor sus propias posiciones y atacar con más
contundencia a sus adversarios. Otros buscan normas seguras para saber a qué
atenerse. Solo acierta el que busca encontrarse sinceramente con la persona de
Cristo. Es Él quien puede transformar nuestra vida.
Esta postura de búsqueda es esencial.
Quien lo sabe ya todo y todo lo tiene claro, nunca aprenderá del Maestro de
Nazaret; los que se sienten propietarios satisfechos de su fe permanecen por lo
general impermeables a su palabra. El evangelio es para quienes andan buscando.
Estoy convencido de que solo lo descubren los que se sienten mal, los que se
saben pecadores, los que necesitan luz, los que buscan a Dios.
El evangelio hay que leerlo sin prisas,
dedicándole tiempo. El encuentro con una persona no se produce mirando al
reloj. Se necesita calma y sosiego. No hemos de tener prisa alguna por acabar
un pasaje. No se trata de leer un libro para ver lo que dice, sino de escuchar
a una persona que puede iluminar mi existencia con luz nueva.
Hay muchos métodos para iniciarse en la
lectura de los evangelios. El más sencillo y práctico es leer despacio un
relato observando qué dice y qué hace Jesús. Sus palabras y su actuación me
irán descubriendo cuál es la manera más acertada de vivir ante Dios y ante los
demás. Conviene detenerse en cada momento para hacerse preguntas como éstas:
¿Qué me enseña Jesús con esto? ¿Cómo he de entender ahora mi vida? ¿A qué le
tengo que dar importancia? En adelante, ¿dónde encontraré fuerzas para vivir?
Me encuentro con frecuencia con
personas decepcionadas por ciertas actuaciones de la Iglesia. Cristianos que
buscan sinceramente más verdad. Gentes necesitadas de comprensión y de
esperanza. Todos ellos se encontrarían en el evangelio con Alguien diferente.
Podrían comprobar por experiencia lo que un día proclamó el mismo Jesús: «El
cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán.»
José Antonio Pagola
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