Ese es el anuncio por parte
de los ángeles al nacer Jesús que encontramos en el Evangelio de Lucas.
Pero creo sea importante
entender que ese no es simplemente un augurio del pasado sino algo actual para
todos nosotros, para nuestra humanidad.
Aunque muchas veces los
medios de información monopolicen según sus intereses esta realidad hay que
reconocer que vivimos en un mundo con continuas tensiones. Desde años asistimos
impotentes a guerras entre distintos pueblos, muchas veces guerras fratricidas
movidas por falsos motivos ideológicos y reales intereses económicos.
Últimamente se nos
trasmitió nuevamente el miedo por lo que comúnmente llamamos TERRORISMO. Nos
asombraron y horrorizaron atentados pseudoreligiosos a inocentes o a
órganos de información. Esas mismas noticias, analizadas con más atención, nos
llevaron a ver que desde hace tiempo eso se perpetúa silenciosamente en
varios lugares del mundo. Eso nos hizo reflexionar que buenos o malos no llevan
un sello religioso, nacional o ideológico. El bien o el mal residen en el
corazón del individuo y allí se alimenta.
Nuestras mismas personas
están bajo el influjo de esta regla así elemental. Nosotros que nos
horrorizamos de los atentados de ISIS u otras facciones ¿Podemos decir que en
nuestra cotidianidad somos operadores de paz, que con nuestras palabras y
gestos no alimentamos un clima de violencia, de prejuicio, de desprecio?
Probemos ver nuestra
manera de relacionarnos cuando manejamos en la calle, cuando estamos en una
cola pública, cuando opinamos sobre temas varios, cuando estamos enfrente a
“alguien distinto”, ¿Somos sembradores de un clima de paz?
Todo eso nos lleva a
preguntarnos qué estamos haciendo para que la paz resida en lo profundo de
nuestras vidas, de nuestros corazones. ¿Estamos en paz con nosotros mismos, con
nuestra historia?
Quien
sabe esas preguntas nos pueden molestar en este momento… pero encararlas sin
duda va a ser un camino rumbo a la paz, paz conmigo mismo y el mundo que me
rodea.
Si
probamos leer el evangelio de Lucas vemos que los ángeles dirigen su canto no
tanto a los “ya creyentes del tiempo” sino como un augurio universal, para toda
la humanidad, para cada persona: ¡… en la tierra paz entre los hombres de
buena voluntad! (Lucas 2,13-14)
Que en ese tiempo de Navidad
en nuestros corazones pueda resonar ese desafiante anuncio.
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