martes, 12 de julio de 2016

despertar aquel samaritano que está en nosotros




 Continuando la reflexión del evangelio de domingo (Lucas 10, 25-37) podemos decir que ese nos ayuda a dar el justo sentido y relación entre "celebrar" y "vivir".


Como comunidad nos reunimos para celebrar la vida cotidiana y ofrecerla a nuestro Padre. En la celebración de la eucaristia comunitaria estamos llamados a llevar la vida de todos los días y hacer que la riqueza de la gracia que acompaña nuestras celebraciones alimente nuestro testimonio cotidiano. 

No se trata de misa sí o misa no, no se trata si es mejor actuar que celebrar, sino como conjugar vida y celebración, como celebrar la Vida...

Acompaño estas líneas con la reflexión de José Antonio Pagola

1ª.- Si se ve en este relato una enseñanza de Jesús a cerca de la primacía del amor sobre la liturgia, la parábola es una critica de la postura de los creyentes que viven preocupados por su relación cultual con Dios, por su oración y, al mismo tiempo, dan rodeos en las necesidades del hermano.

La parábola es una crítica tremenda contra la postura de aquellos creyentes que sirven litúrgicamente a su Dios y después pasan de largo junto a las necesidades concretas de la humanidad.

Desde esta parábola hay que criticar cualquier estructura, cualquier forma religiosa: Eucaristía, vivencia litúrgica...que se convierta en obstáculo o por lo menos no nos lleve a amar eficazmente a la persona necesitada. La renovación de la Iglesia no puede consistir en una renovación litúrgica, ni mucho menos, porque eso no es lo principal según el mensaje de Jesús.

2ª.- La parábola nos descubre también que las exigencias del amor cristiano son ilimitadas. El amor cristiano no excluye a nadie, nos debemos a toda persona que nos necesite. Por lo tanto, reducir el amor cristiano a los límites de mi pueblo, de mi raza, mi religión, mi ideología, mi familia, mi clase social...no es una actitud cristiana. La postura verdaderamente cristiana es la de un amor universal que no excluye a nadie.

Pero, ¡atención!, hablar de un amor universal, sin fronteras, no es quitar realismo, eficacia ni concreción al amor cristiano. Amar a todos los hombres se traduce, en la vida limitada de una persona, en amar totalmente a quienes están junto a mí. Puedo decir que amo a todos los hombres en la medida que amo totalmente a los que puedo amar prácticamente porque están junto a mí. Entonces puedo decir que mi amor es universal.

3ª.- El amor cristiano, según Jesús, no es un precepto, ni siquiera el primero. San Juan dirá: “Este es el mandato”. Jesús no habla de su mandato. Por lo tanto no se pueden fijar ni definir de antemano las obligaciones ni los límites del amor. Por eso, concretamos: El amor cristiano no puede quedar reducido a una serie de obligaciones hacia unas determinadas personas con quienes nos creemos obligadas.

El amor cristiano tampoco puede quedar reducido a una serie de prácticas, de caridades hechas a unas personas con las que nos sentimos más obligados.

Por otra parte, el amor cristiano no puede estar limitado a una serie de prácticas o costumbres tranquilizadores: limosnas, ayudas... En esta actitud todavía no se ha salido del judaísmo. Ser cristiano no es cumplir obligaciones de amor, de caridad; ser cristiano, según Jesús, es: "Estar atento, estar cercano a todas las necesidades de las personas; vivir siempre alerta para ver quién nos puede necesitar sin dar rodeos; acercarnos a las personas, al pueblo, a los grupos, a la Iglesia que me puede necesitar”. Una vez más, ser cristiano es no dar rodeos ante una necesidad.

Por eso digo, que el amor cristiano no es un mandamiento, ni siquiera el primero; es TODO UN ESTILO DE VIVIR, TODO UN CAMINAR EN LA VIDA: "Haz eso y vivirás", dice Jesús. Ser cristiano es ser como el samaritano, caminar por la vida acercándonos al que nos necesita cerca de él.

4ª.- Hemos dicho que el amor cristiano no es un precepto, ni siquiera el principal; por consiguiente, hay que concluir esto: "no se puede amar fundamentando este amor simplemente en una obligación". No hacemos nada con decir que el amor es nuestro primer mandamiento; con eso no se fuerza a nadie a amar. No se puede amar a nadie sólo por un precepto: "Un gobernador que dijera: Hay que amar a los de tal provincia"; "tú, chica, tienes que amar a este chico, por obligación" etc.; todo eso no tiene sentido; el amor sale o no sale. La capacidad de amar nace cuando uno se siente amado. El que no se cree amado, no ama, o pocas fuerzas tendrá para amar. Se esforzará, pero volverá a no amar.

Por eso, Jesús, lo primero que nos dice es "que Dios nos ama, que está cerca de nosotros, que se ha hecho prójimo nuestro", y sólo el que haya descubierto esto, podrá mar. Tenemos que creer en el amor con que Dios nos ama, si queremos tener fuerzas para amar. Si uno no se siente profundamente y totalmente amado por alguien, amado por Dios, muy pocas fuerzas tendrá para amar. Entonces, lo primero que tengo que descubrir es que Dios es mi prójimo, si quiero tener fuerzas para amar, ser prójimo de los demás. Necesito sentir a Dios como mi amigo, si quiero tener fuerzas para amar a mis enemigos. Sería muy triste para nosotros, si habiendo renunciado a un amor humano, no nos sintiéramos amados por Dios; de ello se deduce que podemos caer en el riesgo real de vivir en la vida como personas que se sienten muy poco amadas, y por lo tanto amargadas y con muy poca capacidad de amar; ni siquiera con la capacidad que pueda dar el amor humano. Esto es muy serio.


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