“Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” (Juan 1:14).
El hombre y la mujer son creados, es decir, son queridos por Dios: por una parte, en una perfecta igualdad en tanto que personas humanas, y por otra, en su ser respectivo de hombre y de mujer. "Ser hombre", "ser mujer" es una realidad buena y querida por Dios: el hombre y la mujer tienen una dignidad que nunca se pierde, que viene inmediatamente de Dios su creador. El hombre y la mujer son, con la misma dignidad, "imagen de Dios". En su "ser-hombre" y su "ser-mujer" reflejan la sabiduría y la bondad del Creador.
Catecismo de la Iglesia Católica
En estos dos días rezamos por todos los hombres y mujeres que hacen parte de nuestra Iglesia, que la conforman y animan. Hombres y mujeres que también dan la vida, que la comparten, que quieren vivir como Jesús nos propuso. Siendo enteramente nosotros, siendo en el mundo, siendo entre los que aún no lo han conocido.
¿Y qué quiere Dios de tu ser hombre? ¿Qué quiere Dios de tu ser mujer?
SER HOMBRE
“Estoy convencida de que a Andrés, una buena jornada de caza le haría realmente bien. Aprendería qué quiere decir levantarse cuando todavía está oscuro, a cargar con las armas y las municiones cuidadosamente preparadas la tarde anterior, a controlar a un perro que se porta como un perro y no como un peluche, a caminar helado durante horas, a esperar, a leer los rastros del paso de los animales, a tener paciencia, y no, no hay un kiosco para hacer un descansito para el café, y no, no está uno pendiente del celular, porque si no, te pierdes, tú o tu perro, o tus presas se escapan, y de todas formas, afortunadamente, no hay cobertura en medio del monte, a varios kilómetros de la antena más cercana. Se vería obligado a tener los ojos abiertos y a leer señales mudas, a escuchar ruidos, a usar probablemente sentidos y músculos que ni siquiera sabía que tenía. Aprendería a entretenerse siguiendo las reglas de la naturaleza: eso sí que sería amarla, y no ir a hacer compras a la tiendecita ecológica en la que venden productos que valen una fortuna; aprendería a conocer los animales y sus secretos [...]
Así se acordaría de que el hombre es el señor de lo creado, y de que tratar a la naturaleza con respeto significa también enfrentarse a ella en primera persona. Es obvio, además, que Andrés, y casi todos los hombres que conozco, abandonados en solitario en un bosque con seis escopetas y trece cartucheras llenas saldrían de él, como mucho, con un cestito de miel silvestre, porque apuntar a un animal que vuela o corre no es, ni mucho menos, una broma. No quiero decir que un hombre de verdad, para serlo, tenga que ser necesariamente cazador, faltaría más. Yo me casé con uno, con un hombre de verdad, que no sale a cazar, y al que jamás he pensado regalarle un arma, porque no le hace falta. Tampoco quiero decir que todos los cazadores sean hombres de verdad, no me parece justo. Pero Andrés sí que debería hacer un curso intensivo, diez noches de caza de jabalí, por ejemplo, un animal que, si no estás atento, te puede hacer bastante daño; también le harían bien unas cuantas alboradas en un refugio esperando el paso de los patos. Le hace falta una terapia de choque, porque ya no sabe qué quiere decir ser varón. De hecho, no lo ha sabido nunca, porque vive en una época en la que casi todos se han olvidado.
Ser varón, ser viril, quiere decir tener valor para la lucha, saber combatir con fuerza, fuerza no tanto para atacar cuanto para resistir. Ser viril es fundamentalmente tener el valor de encajar los golpes para hacer de escudo en defensa de las personas que se le han confiado a uno. Ser hombre quiere decir estar dispuesto a dar la vida por la esposa y la familia propias o, incluso, por quien esté bajo la custodia de uno, y además por la misión que uno tenga fuera de casa. Ser varón, en cambio, no tiene nada que ver con la masculinidad tal como se la entiende vulgarmente: aunque la potencia sexual sea una realidad positiva, el verdadero varón es el que sabe controlar esa fuerza, canalizarla y no disiparla.
El problema de los problemas es que resulta bastante fácil encontrar un varón dispuesto a morir en la guerra, por un ideal, por la gloria, incluso, en el límite, por su equipo. Pero es dificilísimo que se enamore de la idea de morir por la familia, por su mujer, por los hijos, por una cotidianidad aparentemente mediocre, acción que sería, en cambio, de lo más heroico que uno se pueda imaginar: no se trata de la buena obra del un momento, sino de un martirio, de una pasión larga y constante e increíblemente fructífera. Es difícil que un varón capte la belleza de lo cotidiano, a menudo formado por una diversidad de cargas, quebraderos de cabeza, contratiempos y frustraciones. Solamente subiendo un escalón, mirando al horizonte de lo eterno, la pared escabrosa se convierte en un bajorrelieve audaz y definitivo.
En estos tiempos en los que no hay que combatir en el campo de batalla una guerra auténtica, la vida se da día tras día, estando firmes y siendo leales en el puesto de combate de cada uno. En efecto, precisamente porque hace libres, la decisión de ser héroe en una cotidianidad banal sería aún más valiosa. El hecho de no arrastrarse con la cara en el barro o de no estar dentro de una trinchera helada no significa que no haya una vida que dar, una buena batalla que librar.”
(Casate y da la vida por ella,Costanza Miriano)
Acción del día: escribir en un papel una característica positiva de un hombre que tengamos cerca y dejárselo en un sitio donde pueda verlo y apreciarlo.
Te proponemos rezar…
“al entrar Cristo en el mundo dice: Tú no quisiste sacrificios ni ofrendas, sino que me formaste un cuerpo. No te agradaron los holocaustos ni los sacrificios por el pecado, entonces dije: Aquí estoy yo, oh Dios, como en un capítulo del libro está escrito de mí, para hacer tu voluntad. Comienza por decir: No quisiste sacrificios ni ofrendas, ni te agradaron holocaustos o sacrificios por el pecado. Y sin embargo esto es lo que pedía la Ley. Entonces sigue: Aquí estoy yo para hacer tu voluntad. Con esto anula el primer orden de las cosas para establecer el segundo. Esta voluntad de Dios, de que habla, es que seamos santificados por la ofrenda única del cuerpo de Cristo Jesús”.
(Hb. 10 5-10)
Oración por las vocaciones oblatas.
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