“Las mujeres están llamadas a dar la vida de todos los modos posibles. A engendrar, sostener, escuchar y animar a hijos carnales y no carnales. Nuestro genio propio, antes que cualquier otra cosa, es tejer relaciones. Me parece evidente que esa tarea es algo nuestro, y la prueba de ello es que, si los hombres se encargaran de la vida social de la familia, iríamos por las calles del barrio sin saludar ni a una sola alma, pues cada vez que cruzamos dos palabras con el vecino, con la pediatra o con la catequista, ese oso que va junto a nosotras nos pregunta: pero, ¿quién era?, y sobre todo, ¿cómo has conseguido acordarte del nombre de sus hijos? Sólo nosotras sabemos encontrar palabras, y traducir, porque a veces el intérprete hace más falta para hablar con quien más cerca está de ti (cuando mi marido dice “por supuesto, querida”, por ejemplo, eso significa “lo voy a hacer, pero que conste que antes preferiría ir a la fiesta de comunión de los hijos del vecino”, una de las eventualidades, según creo yo, más horrorosas para él, que es un tipo tan sociable que si no se dan causas externas de cierta gravedad como, por ejemplo, haber perdido las llaves, prefiere no malgastar con nadie una palabra, mucho menos un cumplido).
Nosotras, principalmente, tenemos el talento de acoger, de aceptar y de educar, y no sólo a los hijos. Somos capaces de ver el bien en nosotras mismas y en los demás. Con esperanza también, cuando ese bien no es todavía más que una luz lejana. Ver el bien en las situaciones, aun cuando haga falta llegar a destrozarse los ojos para encontrarlo. Aun cuando fuera “una noche oscura y tormentosa”, y haya momentos en los que, para encontrar el lado positivo de las cosas se necesite una fantasía tan grande como la de un perrito piloto de la Primera Guerra Mundial. Y se necesita paciencia, una paciencia infinita, para repetir siempre las mismas recomendaciones básicas, porque, además, una se contentaría con que los niños no pusieran los zapatos en el sofá, no se metieran el dedo en la nariz, no metieran las manos en el plato y, sólo en caso de auténtica emergencia, llegaran a hacer uso del jabón (mi hijo mayor volvió del campamento con el jabón sin abrir, por lo visto, aquella semana no hubo ninguna emergencia). Si negamos esta vocación nuestra, hay algo que no encuentra su equilibrio. Nosotras tenemos que dar, defender, sostener y apoyar la vida. A veces, creo que las mujeres de mi generación, que, por primera vez en la historia, pueden decidir si aceptan o no ese papel, dicen que no con demasiada prisa y ligereza. Quizás simplemente porque es posible decir que no. A no ser que después, cuando ya sea demasiado tarde, se den cuenta de que quizás aquélla no era la respuesta que ellas querían dar. A no ser que después se den cuenta de que la mujer se encuentra al donarse. A no ser que después se den cuenta de que, cuando hay alguien a quien proteger, una encuentra las fuerzas para volver a levantarse en cualquier situación personal en que se encuentre, por muy desastrosa que sea.
El instinto maternal es una fuerza poderosa, algo que cierto feminismo se ha empeñado en negar; y al que diga que no existe ningún instinto natural, que se trata de un condicionamiento cultural, le bastaría pasarse por una guardería para observar ejércitos de pequeños guerreros, camioneros y constructores, y filas de esposas, madres con bebé, enfermeras y cocineras en proyecto: ¿todos son hijos de padres que los han oprimido y los han manipulado? Se puede ser maternal con cualquiera que tenga necesidad de ayuda; también nuestras oraciones — como dice Orígenes — “son madres de lo que pasa en el mundo”.
Las mujeres, cuando llegan a la maternidad, aun cuando no sea una maternidad física, se transfiguran de felicidad. Dejan de lado los problemas propios y se remangan. Se convierten con frecuencia en madres afectuosísimas, en mujeres generosas, aunque anteriormente hubieran sido unas alocadas (¿qué me miran?, ¿quién se lo dijo?) Renunciar a toda pretensión por la felicidad del otro es algo que cura de cualquier herida.
(Casate y se sumisa, Costanza Miriano)
Acción del día: abrazar a una mujer que conozcamos y decirle una cosa que hayamos aprendido de ella.
Te proponemos rezar…
”Una mujer de carácter, ¿dónde hallarla? Es mucho más preciosa que una perla. Sabe su esposo que de ella puede fiarse: con ella saldrá siempre ganando. Le reporta felicidad, sin altibajos, durante todos los días de su vida. Ella se ha conseguido lana y lino porque trabaja con manos hacendosas. Como los barcos de los comerciantes, hace que su pan venga de lejos. Se levanta cuando aún es de noche para dar de comer a los de su casa. ¿Tiene idea de un campo? Ya lo compró: una viña que pagó con su trabajo. Se pone con ardor a trabajar porque tiene en sus brazos el vigor. Vio que sus negocios iban bien, su lámpara no se apagó toda la noche: sus manos se ocupaban en la rueca, al huso sus dedos daban vuelta. Le tendió la mano al pobre, la abrió para el indigente. No le hace temer la nieve por los suyos porque todos tienen abrigos forrados. Para ella se hizo cobertores, y lleva un vestido de lino y de púrpura. Lo que dice es siempre muy juicioso, tiene el arte de transmitir la piedad.
Atenta a las actividades de su mundo, no es de aquellas que comen sin trabajo. Sus hijos quisieron felicitarla, su marido es el primero en alabarla: "¡Las mujeres valientes son incontables, pero tú a todas has superado!" ¡El encanto es engañoso, la belleza pasa pronto, lo admirable en una dama es la sabiduría! Reconózcanle el trabajo de sus manos: un público homenaje merecen sus obras".
(Prv 10- 22.27-31)
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