Envueltos en el eco de
Pentecostés, nos preguntamos qué es el Espíritu, dónde está, qué se siente
cuando llega. Tratamos de describir qué es, cómo actúa, qué resortes
despierta en nosotros.
Pero no es fácil. ¿Energía o presencia? ¿Aliento o persona? ¿Fuerza o
propuesta? Siempre utilizaremos imágenes para describirlo. Y siempre nos
quedaremos como a medio camino…
1.
EL FUEGO
“Vino del
cielo un ruido, como de viento huracanado, que llenó toda la casa donde se
alojaban. Aparecieron lenguas como de fuego, repartidas y posadas sobre cada
uno de ellos. Se llenaron todos del Espíritu Santo…” (Hch 2, 2-4)
El fuego que quema, que destruye,
que calienta –y a veces hasta abrasa. El fuego que baila de tal forma que te
quedas obnubilado, mirando su furia naranja. Es una buena imagen de lo que
puedes hacer en nosotros. Quemar, incendiar, calentar… Poner pasión a
veces, energía indomable otras, acaso hasta furia...
Sí. Tu espíritu a veces es
así. Nos llena de ilusión, de energía, de ganas, de planes… Y entonces
parece que nada se puede interponer entre nosotros y tus proyectos
2.
SABIDURÍA
“La
Sabiduría es radiante e inmarcesible, la ven sin dificultad los que la aman, y
los que van buscándola, la encuentran” (Sab 6,12)
Es el tuyo un espíritu de
sabiduría. No la de los títulos ni los créditos académicos. No la del
licenciado o el doctor. No la deltrívial o el saber enciclopédico. No la
de la erudición ni la del altísimo coeficiente intelectual.
¿Cuál, entonces? La
sabiduría que nos enseña a distinguir lo importante de lo accesorio. La
que nos enseña a mirar a las personas y ver eso, personas, en toda su
complejidad. La sabiduría que nos dispone a apostar, en la vida y cada
día, por lo que verdaderamente merece la pena: el evangelio, el amor a imagen
del tuyo, la justicia compasiva con los más débiles.
¿Qué me ha enseñado el evangelio? De alguna manera,
¿la fe me hace más lúcido? ¿En qué?
3.
BRISA
“…se oyó
una brisa tenue; al sentirla, Elías se tapó el rostro con el manto, salió
afuera y se puso en pie a la entrada de la cueva. Entonces se oyó una voz…”
(1Re 19,12-13)
La calma, la paz, la tranquilidad… Esa que no sobra
en estos tiempos tan acelerados. Cuando
la vida se mueve deprisa. Cuando nos agobiamos por tantas cosas. Cuando
uno tiende a vivir abrumado, encogido o preocupado por todo lo que no tiene, no
encuentra, no consigue…
Ahí
llega tu espíritu, que es caricia y sosiego, que es como el temblor ligero que
pone todo en su sitio. Que es luz tenue, pero suficiente para
apartar las oscuridades que nos amenazan.
¿Cuándo es Dios, en mi vida, motivo de calma o
serenidad?
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