“Mi mandamiento es éste: Ámense como yo los he amado. No hay amor más
grande que éste: Dar la vida por sus amigos.” (Jn 15, 12-13)
Muchas veces hablamos del amor en
un modo muy superficial. En nuestros días esta palabra perdió mucho de su
fuerza y se llama amor hasta a un simple y pasajero sentimiento… algunos llaman
amor incluso hasta a una ocasional relación sexual.
Seguramente no es de este tipo de
amor que hoy nos quiere hablar Jesús. Él nos propone el AMOR en su sentido
pleno, con toda su fuerza, con toda su exigencia. Nosotros ya conocemos la
formula: “Ama a tu prójimo como a ti mismo.” Esta era la segunda parte del
mandamiento más importante del Antiguo Testamento. Jesús está de acuerdo con
esta propuesta. Ya es sin dudas algo muy noble amar a nuestro prójimo del mismo
modo como nos amamos a nosotros mismos y hacer al otro exactamente lo que
queremos que nos hagan, tratarlo con el mismo respecto que queremos ser
tratados; y ofrecer las mismas posibilidades que tenemos nosotros.
Llegar a este grado de amor por
los demás es una gran victoria sobre nuestro egoísmo, y esto no siempre es muy
fácil. En nuestra vida cotidiana este amor se revela en cosas muy sencillas
tales como no buscar tener ventajas sobre los demás. Un ejemplo muy concreto es
respetar una fila, sin buscar pasar adelante de nadie: así como a mí no me
gusta que nadie se meta por delante porque es injusto, tampoco yo tengo el
derecho de hacerlo. Lo mismo en los trabajos que tenemos que hacer, en las
responsabilidades civiles, en el tráfico, en la mesa…etc etc.
Amar a los demás como nos amamos a nosotros
mismos -de modo muy sencillo- significa preguntarse siempre: “esto que estoy
por hacer, si el otro me lo hiciera, ¿cómo me sentiría?” Y también delante de
las equivocaciones del otro preguntarse: “¿y si fuera yo el equivocado, cómo me
gustaría que me tratasen?” Estoy seguro de que si conseguimos vivir esta
propuesta de “amar a los demás como nos amamos a nosotros mismos” el mundo
sería muy diferente. Palabras como: “¡ya no se puede confiar más en nadie!”; “¡quién
puede más, llora menos!”; “¡el mundo es de los expertos!” perderían el sentido.
En el fondo, este mandamiento tiene sus raíces en la igualdad de todas las
personas y la necesidad de respetar a todos… esto es la base de la convivencia
social.
Jesús resucitado recalca esto:
“Ámense unos con otros como yo los he amado.” El criterio del amor no es más
nosotros mismos. Ahora es Él, que fue capaz de dar su propia vida por nosotros,
quien se transforma en el criterio del amor cristiano. Jesucristo nos amó más
que a sí mismo y por eso fue capaz de dar su vida. Él, por amor hacia nosotros,
no hizo caso a la justicia y aun sin tener siquiera un pecado, aceptó ser
condenado y muerto, para darnos vida con la suya propia.
Yo sé que esto es muy difícil.
Pienso que la única posibilidad que tengo para poder realizar este ideal de
“amar a los demás como Jesucristo me amó” es dejándome contagiar por Él. ¿En mi
lugar qué haría Jesús? (Que gran cambio: ahora la pregunta no es más ¿Qué me
gustaría que me hagan?, sino qué haría Jesús?...) Creo que solamente así,
despacito, acontecerá con nosotros lo mismo que con Pablo y podremos decir: “Ya
no soy yo quien vivo, es Cristo que vive en mí.”
Buena semana para todos.
p. Héctor Ortega omi
No hay comentarios:
Publicar un comentario
si querés puedes mandarnos un comentario. GRACIAS