Beato José Gerard
El Vaticano II vino a recordarnos una verdad que estaba en el Evangelio y que nos habían predicado algunos santos, como San Francisco de Sales, pero que estaba bastante olvidada por la generalidad de los fieles. Dice el Concilio: “Todos los fieles cristianos, de cualquier estado o condición, son llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad” (LG 40). Es decir: Todos son (somos) llamados a la santidad.
Jesús mismo nos pide a todos sus seguidores que seamos perfectos “como nuestro Padre celestial” (Mt 5, 48). Pues como hijos debemos reflejar en nuestro ser los rasgos fisionómicos de Quien nos dio la vida. San Pablo nos lo reitera diciéndonos que seamos “imitadores de Dios como hijos muy amados… siguiendo el ejemplo de Cristo” (Ef 5, 1-2). Jesucristo, el Hijo único y perfecto del Padre, está ante nosotros como modelo acabado de amor y entrega a Dios y de amor y entrega por los hombres; en su oración suprema pide al Padre: “Que sean uno como nosotros, yo en ellos y tú en mí para que sean perfectos en la unidad” (Jn 17 22s). En el Bautismo recibimos el germen de la vida divina, el cual debe desarrollarse hasta alcanzar su plenitud. Es la ley interna de todo ser vivo: crecer hasta lograr el pleno desarrollo. El Espíritu Santo que se nos dio y que derrama en nuestros corazones el Amor de Dios (Rom 5, 5) impulsa constantemente ese crecimiento; pero no lo realiza sin nuestra libre colaboración, de forma que será obra suya (sobre todo) y nuestra. Esto hace que la tarea nos resulte “costosa”.
“El camino de la perfección pasa por la cruz. No hay santidad sin renuncia y sin combate espiritual”. (Catec. Igl. Cat. 2015). Pero la cruz culmina en la resurrección, y la lucha por la santidad es la única que de verdad vale la pena. No luchamos solos, y a medida que nos damos, experimentaremos que “el yugo de Jesús es suave y su carga liviana”. El divino Resucitado que ha suscitado y suscita tantos ejemplos admirables de apóstoles, mártires y almas entregadas, nos llama a nosotros a formar su séquito… y a dar sentido pleno y gozoso a nuestra existencia.
P.Olegario OMI
Acción del día: al igual que José Gerard, la invitación es a imitar su perseverancia en la misión, la ansiedad x siempre amar más. Hoy sólo amaremos en todo lo que hagamos.
Te proponemos rezar…
"El secreto para hacerse amar es amar. Y esto vale tanto para los basutos como para los matebeles, (Tribus que evangelizó el Beato) también para los infieles. Viéndolos, uno se puede preguntar qué hacer para convertirlos. La respuesta se halla en todas las páginas del Evangelio: amarlos a pesar de todo, amarlos siempre.
Dios quiere que se haga el bien al hombre amándolo. El mundo será de quien más lo ame y se lo demuestre.
Pienso a menudo en un sacerdote, un misionero Oblato de María Inmaculada en una misión. Es uno que con sus ojos lo observa todo, conoce con su corazón, lleva la alegría con su sola presencia, se hace todo para todos a fin de ganarlos para Cristo. Con su caridad emprendedora sabe servirse de todo, piensa en todo; pero no se siente satisfecho con las meras relaciones impersonales, como sacerdote de todos, pero no suficientemente sacerdote de cada uno en particular. Este sacerdote aprovecharía la ocasión para brindar a cada uno una atención personal, inspirada por su celo, de tal modo que cada cual tenga la seguridad de que es amado personalmente."
(Beato J. Gerard)
Oración por las vocaciones oblatas.
haz que se acreciente
atrayendo con su fervor nuevas vocaciones,
que todos alcancemos la plenitud en el amor
y trabajemos eficazmente para ser testigos de tu Reino
y apóstoles de los más necesitados.
Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.”
Amén.
María Inmaculada, ruega por nosotros
San Eugenio, ruega por nosotros
Beato José Gerard, ruega por nosotros
Beato José Cebula, ruega por nosotros
Mártires Oblatos, rueguen por nosotros
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